Albert Camus en “La Peste”, en su vínculo con las apariciones esporádicas de las ratas y el desparpajo con que fue asumido por una parte de la población porque la peste no los mataba, y esa repentina atención al problema porque empezaron a morir todos, nos recuerda que, ésa es nuestra posición frente a las masacres con armas de fuego en este país. Se hace presente inmediatamente también ese párrafo célebre del pastor Niemöller, donde los nazis venían por los comunistas, pero como yo no lo era, desestimaba cualquier preocupación; y así, vinieron por casi todos, y yo sin preocuparme porque no era «casi todos”. Hasta que vinieron por mí, y ya era demasiado tarde porque no había nadie que pudiese defenderme.
Al interior de cada una de las conciencias de ustedes, y para aquellos que aún defienden con vehemencia la Segunda Enmienda, nos tendríamos que valernos de algunos apartes irrefutables de la historia para desmontar su «intocabilidad» a partir de la literalidad de su contenido. En primer lugar, y así está estipulado por la historia, la enmienda fue incluida como respuesta a discusiones respecto a si se debían mantener las armas en poder de la Milicia, una fuerza armada formada por los ciudadanos que combatieron al ejército británico en la revolución americana. Se confiaba en las milicias como un medio para evitar abusos del gobierno recién establecido, en momentos en que los diferentes estados se unificaban bajo un poder federal. Más de 300 años después, este poder está más que establecido y su eficacia, absolutamente comprobada. En segundo lugar, en los tiempos modernos, las revoluciones, ninguna, han necesitado de la teoría contenida en esta enmienda para derrocar tiranos. Es decir que, ninguna sociedad ha necesitado de masacres previas con miles de inocentes asesinados, de armas en poder de cualquiera, de elevar a “supremacía” la libertad en su posesión para derrocar a los tiranos que los han sometido, de liderar las estadísticas en el número de masacres en el mundo. Valiéndonos de otros ejemplos de naciones avanzadas, con sociedades altamente desarrolladas, como es el caso de Alemania, en donde no existe una enmienda como la nuestra, y quienes, además, vivieron la más aberrante situación tiránica, y que algunas locuras también los acompaña, no se ha necesitado de una “ciega” libertad en la adquisición y posesión de armas para preservar una «sana» democracia. Y así, como el alemán, existen muchos casos más.
Ahora bien, si se trata de la respetable posición de supra valorar lo escrito por los padres fundadores, si se trata de permeabilizar, a como dé lugar, sus ideas escritas en el pasado, entonces, valiéndonos de la cordura que nos ha dejado tanto sufrimiento, se hace inminente la evolución del tiempo pasado, entonces, ¿por qué, por lo menos, no se restringen los accesos al tipo de armas, y las armas, al tipo de ser humano?
Retomando las referencias de Camus y de Niemöller, no esperemos a que los familiares de Biden, de Trump, o de Ryan, o de los congresistas, o las hijas de Obama, o los hijos de la Asociación Nacional del Rifle, caigan en una de esas masacres para que exista la posibilidad de pensar en derogar o modificar la Segunda Enmienda por aquello de la empatía emocional. Y nunca debemos esperarlo, no por retar la magnificencia del destino que ha vuelto triste a tantas familias en este país, nunca lo esperemos porque ellos están rodeados de un inmenso grupo de seguridad armado hasta los dientes, y con un cordón de inteligencia tan avanzado que, nunca estarán expuestos a la mala suerte que a veces nos regala el azar y que nos hace llorar a cántaros. Familias con una suerte extrema y protegidas por el mismo dinero que salen de las copiosas arcas de quienes producen las armas. Es tiempo ya que, demócratas y republicanos, se unan para resolver este angustioso problema. Es tiempo ya que dirijan recursos para promover la educación en el manejo de las armas, en la salud mental y para originar mecanismos estrictos de control. Así como están las cosas, solo nos resta orar al Dios de los cielos, ése que nos envió la gracia de su hijo, un ser que siempre desestimó la violencia y mucho menos el uso de las armas en la vida valiosa del ser humano, para que no nos sigan masacrando mientras seguimos honrando a una ley escrita hace más de tres siglos atrás.
Oscar Arenas
Escritor-Editor