Compartir:

2 min

El nido tiene que vaciarse

La maternidad nunca ha sido lo mío. La siento dura, cruel, difícil, extremadamente compleja, desgastante, asfixiante y absurdamente abrumadora. Pero la asumo como mejor puedo porque decidí por voluntad propia meterme en ese meollo. Menos mal que nunca la idealicé y la enfrento de cara, como venga, sin esconder la realidad. Es por esto que desde que nacieron mi hijo y mi hija soñé con su partida.

Suena desalmado, pero es que desde muy temprano entendí que los hijos no son nuestros. Ellos son de la vida. Y es una vida que está más allá de la propia. Mientras están con nosotros les damos una estructura, un soporte, un centro, un ancla o unas raíces. Tarde que temprano llega el momento en que el soporte se quiebra, el centro se expande, el ancla se mueve y las raíces se alargan. Ya no caben en nuestro nido.

Es excelente señal que sus alas se abran, que su horizonte se amplíe, que sus ideales no concuerden con los tuyos y es aún mejor que no necesiten de ti. Suena duro, pero es así. El nido tiene que vaciarse. Están en búsqueda de sus propios sueños, de su propia manera de vivir, de su propia toma de decisiones. Ellos son los dueños de su destino. Solo así pueden construir su nido.

Mi primogénito se fue hace 6 meses y para ser franca debo decir que, aunque siempre me pareció exagerado el término “síndrome del nido vacío”, es de lo más real que he sentido. Me dio 7 días antes de que se fuera y 7 días después de su ida. Tuve palpitaciones, sudoración, insomnio, angustia, pesadillas, desasosiego, cambios de humor, preocupación crónica, lloradera incontrolable y rotura de corazón. No podía pasar por su habitación. Me olía a él caminara por donde caminara. Escuchaba su voz, extrañaba sus abrazos y sus chistes malos. Si a mí la “madre desalmada”, la que estaba “preparada para la ida” me dio un dolor que no se puede describir con palabras, ¿qué será de los demás? Ese dolor se aminora poco a poco entendiendo varias cosas. Por un lado, hay que aceptar que el “cordón” ya se cortó del todo, que deben andar solos y no contigo y que en su mundo hacen falta “otros”.

Y para quitar el dolor del todo te inventas tus antídotos. Tengo dos. El primero pedir diariamente y con todas mis fuerzas que se sienta pleno, feliz y realizado. Y el segundo entender que el nido tiene que vaciarse. Y más que para ellos, ese vacío es para ti.

¡Es el espacio perfecto para una segunda oportunidad!

María Varga
Comunicadora Social-Periodista
Universidad Externado de Colombia
Bogotá – Colombia.
Especialista en Gerencia de Recursos Humanos
Universidad Tecnológica de Bolívar
Cartagena – Colombia.